miércoles, 12 de septiembre de 2012

20 AÑOS DE EXPERIENCIA. DESPIDOS EN TRÉBOLE Y BARCO.


¡Despidos! Esto puede ser todo lo que queda después de 20 años de experiencia educativa. Este puede ser el resultado de tanta experiencia, tal vez en demasía, que por hastío haya desembocado en esta deriva desvariada vendiendo esa credibilidad que no dudaron sus responsables en aventar allende los mares en otros tiempos no tan lejanos.

¡Qué razón tienen quienes afirman que todos tenemos un precio! En el caso de las escuelas infantiles de Navalcarnero pertenecientes a la empresa Navagroup s.l., lo han encontrado con rapidez, o mejor dicho con facilidad. El egotismo demostrado en las direcciones de las diferentes escuelas sólo tiene cabida en una deletérea administración.

El dinero arrasa la memoria pero no borra sus huellas. En tan solo unos meses y por un concurso, han olvidado sus palabras ya antiguas y más concretamente su filosofía, aquella misma, ya probada, que había dado y con razón unos excelentes resultados situando a estas escuelas entre las preferidas de los vecinos de Navalcarnero porque por encima de todo estaba una apuesta segura: la garantía de una educación de calidad. Pero ¡qué poderoso debe ser don Dinero!, que ahora, sin vergüenza y sin el más mínimo sonrojo, expulsan de ellas a profesionales que contribuyeron y contribuían a tal grado de excelencia, incluso despiden a quienes estuvieron defendiendo hombro con hombro, mediante aquellas infaustas zalagardas, a una dirección que no escatimaba en argucias para la consecución de sus planteamientos.

La expulsión de la experiencia atrae la mediocridad. Una mediocridad idolatrada por la dirección de estas escuelas que, basándose en los hechos, ha sido constituida como un nuevo objetivo a conseguir, un nuevo rumbo que se confirma una vez más con los despidos de las profesionales que más tiempo llevaban en la empresa. Profesionales que por su experiencia deben servir de ejemplo y pedagogía para las nuevas generaciones que acceden a estas escuelas. ¿A quién en su sano juicio, en el ejercicio de la razón razonable, se le ocurre prescindir del pan que te asegura comer?

Estas escuelas parecen buscar por encima de una educación de calidad, un cómodo colchón económico en el que pasar sus veranos al sol y un servilismo en su personal. Su compromiso con la mediocridad pervierte las perspectivas de futuro de estas escuelas, que por rebajar su calidad entran en competencia directa con otras muchas escuelas, que ahora, incluso con menos dinero, pueden ofrecer como mínimo lo mismo.
Queda patente, como lo demostraron en el devenir de aquellos días de concursos, que han perdido hasta la lealtad: la lealtad a las familias que les ayudaron, a las educadoras, incluso a la misma escuela, a ellas mismas.

Véase de qué manera se despide y entiéndase de qué garantías se prescinde. Si queda alguna esperanza, esta se encuentra en algunas de sus educadoras que siguen empecinadas por mitigar las carencias impuestas a las que se les condena, limitaciones que afectan también a los alumnos de estas escuelas. Claro que tal actitud será considerada como un acto de sedición, de rebeldía contra la empresa y por supuesto, no cabe la menor duda, el premio para estas educadoras será el despido.
Ver para creer.

lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBREPENSADORES.


¿Existe en la actualidad la figura del librepensador? O por preguntarlo de otra manera ¿se puede ejercer en los momentos actuales el librepensamiento?

La duda sobre la existencia del librepensador en estos tiempos modernos en los que más que progreso se puede hablar sin sonrojarse de involución, es más que razonable. Las circunstancias no le son muy favorables para construir un pensamiento libre.

Atravesamos tiempos, dicen que modernos, de un progreso confuso. Los librepensadores, tanto los de ejercicio como los de oficio, lo hacen dentro de una libertad concedida que no permite la libertad de conciencia, y donde no hay plena libertad no puede haber un pensamiento libre, y sin este, la existencia de librepensadores se limita a la extinción.

Para el librepensador que quiere ejercer y que lo hace por dignidad humana, y por sentirse todavía como un elemento vivo dentro de una sociedad, tendrá que superar innumerables dificultades para poder forjar una opinión basada en el análisis de informaciones cuando estas en su mayoría están carentes de objetividad y de realidad o cuando menos, levemente imprecisas debido a la gran intoxicación ejercida desde los poderes y los medios como elemento disgregador y aniquilador de pensamientos para el mantenimiento de una sociedad adocenada. El librepensador, en su ejercicio, está obligado a desenvolverse en un fangal en el que las excreciones ideológicas campan a sus anchas y cuya hediondez no tiene otro objetivo que confundir a la razón. Y es aquí donde, en algunos casos, acaba el librepensador. La razón, que es su herramienta principal, deja de ser útil para oxidarse y el librepensador, que siendo libre para exponer, se convierte en un pensador cuyas exposiciones son acartonadas como consecuencia de un pensamiento limitado.

Desgraciadamente, llegados a este extremo, el librepensador acaba desempeñando el oficio en la nómina de alguna empresa de comunicación y aquí termina en muchos otros casos su figura. En España, pero no sólo en España, nuestra democracia no está siendo de mucha ayuda, si bien con ella podemos sentirnos sin serlo, ciudadanos libres, para el librepensador está siendo una soga que estrangula sus ideas por la utilización que de la democracia están haciendo quienes gracias a ella se han erigido en el poder. Si la democracia debe proteger y despejar el camino para enriquecer la libertad , hoy se encuentra solapada por una timocracia en la que la verdad, esa verdad objetiva, concisa e inequívoca no existe, en la que la libertad de expresión no se ejerce con absoluta libertad y la información se ve cada día cercenada y manipulada. Por tanto si no hay, porque no puede haber, razonamiento basado en informaciones veraces, objetivas e inequívocas puesto que la verdad tiene más disfraces que una multitudinaria fiesta de carnaval, la figura del librepensador se desvanece como la niebla para habitar en la utopía.

Llega entonces el momento de las etiquetas en el que se refugian estos “librepensadores” para subsistir. Si habláramos del por qué hay la necesidad de una etiqueta o cualquier etiqueta sin entrar en consideraciones de mayor enjundia, podríamos explicarlo argumentando que España, en su esencia, sigue siendo un país plácidamente instaurado en un simplismo enfermizo que bascula entre el sectarismo, el gregarismo y el refranero: Dime con quién andas y te diré quién eres. Como diría Kant: el hombre no ha salido de su culpable mayoría de edad. Está claro que España no ha superado su mayoría de edad y muestra una y otra vez su incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la dirección de otro. Si el denominado o autodenominado librepensador utiliza la etiqueta como distintivo para ofrecer u ofrecerse como acreedor de credibilidad estamos pues, de nuevo ante un oficio y como todo oficio debe ajustarse a unas normas, a unas reglas que inexorablemente acotan la libertad e impiden que el razonamiento alcance toda su capacidad de desarrollo. No hay duda que todo pensamiento ajustado a normas y reglas deja de ser un pensamiento nacido de la libertad y por tanto de la verdad objetiva, concisa e inequívoca. Si la libertad para elaborar sus pensamientos no es plena no podemos hablar de librepensador a menos que se quiera apropiar fraudulentamente de esa etiqueta.

Estamos pues ante la vulgarización del término y de la figura del librepensador. La vulgarización del pensamiento refleja la vulgarización de un país. Tenemos libertad de pensamiento pero no tenemos un pensamiento libre porque la libertad es peligrosa para quien ostenta poder.