domingo, 15 de enero de 2012

EL CENIZO DESVELO.

No sé por qué vino a mí este desvelo,
pero siempre hay alguien o algo que llega
y no se le espera,
y hace del sueño una plaza desapacible,
hace de la noche un terreno de duelo.
El cielo volvía a ser cenizo,
la última campanada anunciaba
una suerte ignominiosa,
arremolinado,
con gesto amenazador se posaba
sobre la escuela infantil,
y sobre ella arrojaba
sus espinas luminosas.
La pulla a la escuela
son estas espinas,
su puntería: asombrosa.
Vida, agonía y suicidio
es quien maneja los hilos,
quien dirige las nubes,
quienes hacen del billete la tirita
para ocultar la herida
conscientemente infringida,
y sus destellos,
la esperanza de un alma,
de una escuela dolida.

De la tierra, de la penumbra del infierno,
los poros del suelo escupían su negro aliento
que hacían de alfombra al cielo,
y todo bajo él, inocuo e invisible,
absorbido por esa tonalidad fúnebre y temible,
esculpían el velo
que a educadoras y escuela
han escrito en su particular libelo.
Educadoras con rodilla en tierra
suplicando su salario,
y a escondidas
huyendo del despido.
Vociferan lisonjas a quienes creen
que Dios está en su persona
y susurran rezos para no ser reconocidas.
¡Milagro, milagro! ¡Pedimos un milagro!
Musitan.
Sus palabras recorren las paredes
como las orugas trepan el árbol.
Y de aquellos silencios,
encuentran en el arrepentimiento su consuelo.
Las escuelas piden ayuda.
Aquel antiguo y siempre amigo
de las sombras que habitan tras la negra cristalera
y de los rincones, donde el sol se oculta
temeroso de la palabra amarga,
renueva de nuevo, su intención culpable
de guardarse para sí los dineros de la escuela.

Y las gacelas pasean sus veleidades,
rugiendo como leones, mordiendo como serpientes,
sembrando en el río de la ira
su vehemente pasión acaudilladora..
Familias de nuevo en marcha,
papeles por aquí y escritos por allá,
concentraciones, manifestaciones
para sacar, otra vez,
a las gacelas del atolladero.

Una mutación,
soberano ingenio
para vivir siempre en carnaval,
muta a las gacelas,
en serpientes o en cigarras
que escupen asertos y luego esperan,
sin dar la cara claro,
no fueran a perder,
del ayuntamiento su prebenda.
Maldito el terror,
fecundo ya en la inconsciencia,
que recorre ávido de insolencia
el porvenir del que trabaja.
Esclavo será,
aunque su rodilla se hunda en tierra,
que ahora es donación lo que otros,
rebeldes y traidores, llaman robo, sustracción o ausencia.
¿Qué dirán,
aquellas mismas almas que primero,
con más fe que esperanza,
creyeron cuánto les contaron,
seducidas o sedadas
por el verbo o el veneno?

No sé por qué este desvelo,
será por qué no hay dinero,
por qué no hay salario sino hielo,
o ¿por qué fue pesadilla, o fue sueño?

A la escuela infantil Trébole, con todo mi cariño. 

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